De vez en cuando, con no demasiada frecuencia, me veo en la necesidad de recargar mis baterias emocionales, son momentos de bajón , esos que , a veces, te vienen despues de descubrir, por ejemplo, que el miserable, que por un salario, generalmente de mierda, está prestando sus servicios en el, pongamos por caso, taller donde tu vas a cambiar las ruedas, tiene un discurso xenófobo y reaccionario coincidente con el ala más cavernaria de alguno de los Partidos Populares existentes en este momento. Son esos momentos en los que piensas, ¿por quién coño estoy perdiendo mi tiempo y mi dinero? ¿se merecen, en una injustísima generalización, que les dedique mis esfuerzos, cuando ellos, que objetivamente viven bastante peor que yo, no mueven un dedo para cambiar esta sociedad? Tengo en esos momentos, primero que quitarme ínfulas personales, al fin y al cabo yo no soy, ni me siento, una especie de Robin Hood que anda por los bosques de Sherwood redimiendo pobres campesinos, y lo segundo ser objetivo, y reconocer, que hay muchísima gente consciente y coherente con la clase social a la que pertenece y con cuales son sus verdaderos intereses, lo que ocurre es que cuando uno se encuentra con alguno de estos mamarrachos fácilmente encuadrable en lo que Marx y Engels llamaban el lumpenproletariat , el choque es escandaloso y se nota demasiado. Cuando esta apelación a la objetividad y el buen sentido no sirven para recomponer del todo mis afectadas emociones recurro, y no me va mal, a recursos de refuerzo ideológico que encuentro en la literatura y el cine. Hay varios, pero en literatura destacan Tierras Roturadas de Mijail Alexandrovich Sholojov y Así se templó el Acero de Nikolai Ostrovski, en cuanto a la pantalla, sobre todas, por encima de Octubre y el acorazado Potemkin obras maestras de Serguei M. Einsenstein, que, en mi caso, también cumplen su papel, destaca Novecento obra maestra de Bernardo Bertolucci. Si en la obra de Sholojov son las andanzas del marino Davidov y el campesino Nagulnov las que, en la vasta operación, no siempre comprendida, en la que 25.000 bolcheviques (uno de ellos Davidov) son destacados para ayudar a los campesinos más conscientes (entre los que se encuentra Nagulnov) a la importante tarea de colectivizar las tierras; es la heróica, en todos los sentidos, vida de Pavel Korchaguin, personaje tras el que se oculta el propio Ostrovski, la que me inflama el fervor revolucionario, y no exagero en absoluto .En la gran pantalla, la epopeya del pueblo italiano en la primera mitad del siglo XX, representada por la vida y lucha de Olmo Dalco, no puede dejar a nadie indiferente, a mi desde luego que no.
Este fín de semana, la primera parte el sábado, y la segunda, ayer domingo, la he dedicado a Novecento, aunque no haya sido por razones emocionales. Simplemente en el proceso que comencé hace aproximadamente tres años, de trasladar mi videoteca de VHS a DVD, voy por la película 627, le tocaba el turno a Novecento, y no pude resistirme al visionado.
Como en las, aproximadamente cincuenta, veces anteriores que he visto completas las dos partes de la película, terminé exhausto, porque la vivo intensamente. Es una película que sólo puede hacer un comunista. El transporte de un concepto tan amplio como es la lucha de clases al microcosmos que es la granja de los Berlinghieri, es riguroso. El proceso por el cual la gran burguesía, los grandes terranientes, impulsan la llegada del fascismo, representado por el capataz Attila Mellanchini, con un Donald Sutherland memorable, es casi un tratado de marxismo cinematográfico. Todo tiene sitio en la película, hasta la burguesía cristiana, el matrimonio Piepoli, juega su rol, el de ser aplastados por el fascismo, desamparados incluso por su propia iglesia, otro papelón es el que juega el cura del lugar permanentemente mirando hacia otro lado, pero que cuando, en la confesión de la viuda Piepoli, tiene que tomar definitivamente partido no duda en cerrar el confesionario. No olvídemos el triste papel de cierta burguesía ilustrada que detesta al fascismo, pero que llegado el momento, dejan hacer. Es lo que hace Alfredo Berlinghieri, dejando campar a sus anchas a un Attila al que no soporta y al que sólo exige una cierta lejanía de su entorno más íntimo, algo que su mujer, Dominique Sanda y su tío Ottavio Berlinghieri, nunca le van a perdonar. Tiene la película un final tan emotivo como didáctico, el respeto a la amistad que manifiesta Olmo cuando en el juicio popular al que se somete al terraniente, defiende la muerte del odiado patrón pero el respeto a la vida del amigo, es emocionante, a mi me emociona, y esclarecedora es la postura de los pactistas y reformistas, aunque en este caso es el PCI podría extenderse al PCF, traicionando a la revolución por un plato de lentejas. Al menos a mi me aclara que pactos y alianzas pueden ser válidos para alcanzar el poder, pero una vez alcanzado es necesaria la firmeza para soltar lastre. No quiero pasar por alto el hecho de que la película comenzase con unos campesinos vitoreando a Stalin ¿Eran estalinistas esos campesinos? Desde luego que no, entre otras cosas porque el estalinismo como cuerpo ideólogico no existe, existen unos métodos de acción política utilizados por Stalin con los que se puede estar o no de acuerdo, e incluso matizar los acuerdos o desacuerdos, pero no una ideología estalinista, por más que así lo crean tanto sus apasionados defensores, entre los que no me encuentro, como sus feroces detractores, entre los que tampoco estoy. Lo que representaba Stalin, para esos campesinos, y por eso le vitoreaban , era la transformación revolucionaria de la propiedad de la tierra, el cambio de poder a imagen y semejanza de lo ocurrido en la Rusia de 1917. La cínica afirmación final que Alfredo Berlinghieri/ Robert de Niro espeta a Olmo Dalco/Gerard Depardieu :"El patrón vive" deja un cierto regusto amargo, pero las cosas fueron como fueron e Italia está donde está. Quizás los camaradas del PCI valoraran que las condiciones, con el ejército americano ocupando Italia, no daban para más. Quizás los acuerdos de Yalta sancionaban el statu quo. Pero durante más treinta años el PCI fue una más que influyente fuerza en la sociedad italiana, como el PCF en la francesa, y el primero murió de éxito aferrándose a la exclusividad de la vía institucional, el segundo agoniza despues de, hace ahora cuarenta años, haber desperdiciado la oportunidad de haber, al menos intentado, subvertir el orden de la V República. Del PCE, a las pruebas me remito, somos una fuerza extraparlamentaria, gracias a las políticas de Santiago Carrillo, su Socialismo en Libertad y el engendro ideológico que fue el Eurocomunismo. Pero aún no hemos muerto, la derrota de la URSS ha sido un fortísimo golpe pero no definitivo. No estamos muertos, ni mucho menos.