lunes, 5 de marzo de 2007

LAS DOS ESPAÑAS

Por razones personales he estado una temporada alejado de esta nuestra "bitacoralandia" . Por otra parte,he dedicado parte del escaso tiempo que he tenido a polemizar en un blog amigo ( A sueldo de Moscú) sobre la sentencia del Tribunal Constitucional avalando el despido de una profesora de religión, por parte de la jerarquía católica, que al parecer, no llevaba una vida personal en consonancia con los preceptos de la Iglesia. No es mi deseo reabrir aquí el mismo debate. Sólo voy a manifestar que mi opinión ha sido, y es, que la sentencia es perfectamente coherente con la Constitución aprobada en 1978. Toda esta discusión me ha servido para tener que recordar como se produjo la llamada transición (sin mayúsculas, por favor), en que condiciones se llegó al añorado consenso, y como se dieron por terminadas las diferencias entre las dos Españas, puede que un poco a la lígera. Siempre que se pone sobre la mesa de discusión todo lo ocurrido a la muerte de Franco, hay quien rápidamente manifiesta (sobre todo en la izquierda institucional) dos cosas: Una, que las cosas se hicieron como se hicieron y no hay vuelta a atrás, y Dos que no es el momento de juzgar lo que se hizo en ese momento, también hay quien considera lo que se hizo en ese momento como ejemplar, y entre ellos están, sin excepción las fuerzas de la derecha política y sobre todo económica.
Es evidente que en la transición se hizo lo que se hizo y no hay vuelta atrás, pero ya va siendo hora de que se juzgue lo que se hizo en ese momento, porque se hizo, y que consecuencias tiene en este momento. Para empezar no estaría demás desmontar un hecho incierto, que a fuerza de repetirse ha terminado convirtiéndose en una leyenda urbana: la gran mayoría de los españoles estuvimos de acuerdo con aquel proceso que cristalizó con la aprobación de la Constitución el 6 de diciembre de 1978. Si es verdad que la mayoría de los dirigentes políticos estuvieron de acuerdo ,"consensuaron" el texto constitucional, los medios de comunicación, de todos los colores, pusieron toda la carne en el asador para transmitir la idea de que la única posibilidad de avanzar hacia la democracia pasaba por votar afirmativamente a la constitución. Como además los partidarios del NO eran Blas Piñar y su colección de fanáticos irredentos, pues miel sobre hojuelas, a los críticos no nos quedó otro remedio que pedir la abstención, y muchos de nosotros de una manera un tanto clandestina, como fue mi caso, militante entonces de un PCE, que metido entonces en el oscuro mundo del eurocomunismo (¿alguien recuerda aquel espantajo?), era uno de los adalides del SÍ. Tenía entonces veintidós años, con los cincuenta y uno que tengo hoy, volvería a hacer lo mismo, y no porque yo no haya evolucionado, que humildemente creo que lo he hecho, sino porque lo que entonces mi intuición decía que eran graves errores se han confirmado en gran medida. La constitución pactada con la espada de Damócles de un ejército en gran medida golpista, como se demostró el 23-F de 1981 en que los mandos militares no siguen con la intentona golpista, no por respeto a la constitución, sino por lealtad al rey, la constitución pactada con la presión de una Iglesia Católica que no estaba constituida por el padre Llanos, los curas Paco García Salve y Mariano Gamo o el obispo Díez-Alegría, como creíamos entonces, sino por los Rouco-Valera y Ángel Suquía del momento. Aquella constitución era algo que graciosamente nos "otorgaban" los herederos de los que entraron triunfantes en Madrid en marzo de 1939. Por eso la derecha política, al que no se le iban a pedir responsabilidades, y la derecha económica, que no veían peligrar ninguno de sus privilegios, estaban exultantes, y es verdad que dió la sensación de que las "dos Españas" se habían reconciliado, como si fuera posible la reconciliación entre clases con intereses antagónicos, lo que ocurrió es que una de las partes se tuvo que conformar con las migajas, y tuvo que olvidar a sus víctimas, hoy que está tan de moda que, empiringotadas señoras de visón, orondos obispos y fascistas de toda especie saquen de procesión a algunas víctimas de ETA( que Ernest Lluch, Enrique Casas, Francisco Tomas y Valiente o Fernando Múgica también lo fueron que conste), y tuvo que escuchar que el olvido de sus muertos, de sus represaliados, de sus torturados fueron, el precio político que había que pagar.Y lo pagaron. Lo pagamos.
Y ha bastado que un gobierno progresista, desde luego más que los anteriores, haya querido avanzar en la idea federal de España, para que la españa vencedora se rasgue las vestiduras y lance la constitución contra el estatuto de Cataluña. Y ganarán en el Constitucional. Y ha bastado que un gobierno no autoritario, por lo menos no tanto como el anterior, haya dado pasos para acabar de forma racional con el conflicto vasco, para que la españa vencedora, no la que quiere la paz, sino la victoria, lance a la calle a sus fuerzas de reserva, a sus Yniestrillas, para que le hagan el trabajo sucio. Las dos Españas nunca han desaparecido, y en cuanto una quiere progresar aparece la otra con sus curas y sus espantajos. Ahora no tienen el ejército de África, pero si lo tuvieran y vieran en peligro sus privilegios, no dudarían en utilizarlo, no hay más que ver su reacción, ante una ley tan pacata, como la de Memoria Histórica.
Y el presidente Rodríguez Zapatero debería dejar de mirar, cuando habla de unidad, hacia unos bancos que sólo admiten esa unidad cuando es bajo sus premisas.Por muchos millones que puedan movilizar (tienen más de nueve millones de votantes), los que queremos progreso somos más (no sólo los más de once millones que votaron PSOE). Puede ocurrir que muchos, cansados del "dontrancredismo" del gobierno, se retiren de la primera línea. Estamos en prevengan compañero presidente, cuando quiera toque la corneta. No vaya a ser demasiado tarde.

1 comentario:

Blanca dijo...

Es difícil decirlo mejor en tan pocas palabras, porque pocas me parecen para definir tan bien unos hechos tan complejos e inolvidables.
Enhorabuena y te acompaño en todo cuanto dices, desde el inicio hasta el final.